Muhammad Ahmad era el hijo de un comerciante y constructor de barcas en la ribera del Nilo. Contrariando la voluntad de su padre, despreció las actividades mundanas y mercantiles para centrarse en el estudio y la práctica religiosa.
Tras diez años de peregrinaje y convivencia con sus maestros se labró una esplendida reputación de hombre devoto, orante y asceta. Ya mucho antes de ser conocido por los británicos o los Egipcios, demostró ser un personaje de difícil carácter pues fueron famosas su disputas con su anterior maestro Sheikh Sharif que desembocaron en la expulsión de Muhammad de la orden Samaniyya.
Una creencia extendida entre los musulmanes respecto al liderazgo es que si Alá está contigo, él te proveerá de la suerte necesaria. Muhammad, con una fe inquebrantable no lo dudó, su explusión de la Samaniyya solo podía ser una señal de Alá, debía anunciar su nueva visión religiosa, a la que bautizó como Mahdiyya, proclamandose el Mahdi o elegido para la tarea de expulsar a los Egipcios con un grupo de desarrapados apenas armados con palos y piedras.
Solo la intervención directa de Alá puede explicar que el Mahdi y sus seguidores sobrevivieran y vencieran en la batalla de la
Isla Aba, y así lo entendió el Mahdi, que con ese mismo y reducido grupo de seguidores organizó un campamento en Kordofán, que estaba en la ruta que llevaba a Jartum declarando La Yihad contra el infiel.
El llamamiento y los milagrosos hechos fueron entendidos por todas las demás tribus como la señal que estaban esperando, la de la llegada de un líder incorruptible y dispuesto a llevarles hacia la victoria
El resto, mis queridos lectores es historia bien conocida por ustedes. Un loco con suerte para algunos, un gran militar y estratega para otros, el elegido por Dios según sus seguidores, pero que ha logrado levantar el mayor, más disciplinado y letal de los ejércitos en el Continente hasta el momento.
Si bien, un tal
Herbert Kitchener viene dispuesto a poner a prueba el supuesto poderío militar del Mahdi.