Abril 1891.
La expedición de Kenia tiene como objetivo declarado la cristianización de los territorios ugandeses, que son la pieza de puzzle faltante para el acceso británico a las fuentes del Nilo desde el Índico.
La apuesta británica pasaba por desembarcar en Mombasa en plena época de lluvias avanzar territorio adentro con los últimos embates y comenzar la incursión en territorio hostil una vez las lluvias empiezan a remitir. Pero este año el azote de los monzones está siendo más duro y la Royal Navy se ha visto sorprendida por una serie de temporales que han convertido la operación logística en un infierno. Los soldados han tenido que soportar retrasos en su desembarco de semanas, conviviendo con el embate de las olas, el sabor a vomito con sal en sus paladares y la fatiga crónica. Al retraso sufrido por la expedición hay que sumar la gran cantidad de pertrechos perdidos en el Mar, que varios de los buques logísticos estén necesitados de reparaciones y que antes de desembarcar ya se hayan registrado las primeras bajas por ahogamiento.
Sin duda una calamidad británica que hará las delicias de la prensa de todos los hemisferios.